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Que la muerte no vuelva a triunfar

Óleo de Cota Carvallo. "La selva" (1949)

(Artículo que será publicado en la 6ª edición del Boletín virtual "Sociedad y análisis" del Grupo Convergencia)

Las culturas han de aprender a convivir respetándose, dialogando, asimilando lo “bueno” y condenando lo “malo”. Mucho tienen que enseñarnos culturas que consideramos primitivas y por las que sentimos más compasión que respeto o admiración. Hay que celebrar la diversidad aquí y en el mundo entero, pero no como un ejercicio meramente retórico. No sirve pues, decir que son “nuestros hermanos” cuando inconsultamente se pretende imponer el modelo de desarrollo que desde la visión presidencial requieren las comunidades selváticas. Mucho menos ayuda descalificar al otro porque sus ideas también son otras, llamándole “antisistema”, “perro del hortelano”, “bárbaro”, “ignorante”, “manipulado”, “antiperuano”.

El movimiento indígena amazónico ni es improvisado ni ha sido organizado como parte de un complot contra la democracia. Tiene décadas de articulación, y pese a la dispersión de las comunidades nativas en la vastedad de la Selva, ha conseguido hacerse representativo, y en su lucha la principal reivindicación que reclama es respeto, respeto a su tierra y a sus tradiciones. Electoralmente no es un grupo poblacional que atraiga mucho, de ahí que no tenga representación en un Congreso indolente y en gran medida responsable del sangriento desenlace del peor conflicto social de los últimos tiempos; sin alguien que hable por ellos en el “primer poder del Estado”, estos pueblos han formado numerosas federaciones para tener voz.

Ante la desconexión de los partidos políticos con las necesidades y demandas de los ciudadanos selváticos (porque eso intentan ser, ciudadanos), organismos no gubernamentales y la Iglesia Católica ayudaron a canalizar el descontento y advirtieron de los riesgos de mantener un talante autoritario y una vocación intransigente. Obviamente no somos tan ingenuos como para no advertir que en medio de la protesta algunos radicales se auparon al movimiento aprovechándose del gran interés y solidaridad que este despertó dentro y fuera del país para tratar de mantenerse vigentes, pero de ahí a que hayan tenido una participación importante en su gestación hay un enorme trecho. Por otra parte, es irresponsable que el Gobierno se aventure a denunciar injerencia extranjera sin tener prueba alguna para demostrarla; imprudencias de ese tipo sólo contribuyen a socavar nuestras ya deterioradas relaciones con países con los que se debería buscar unidad y complementariedad, dejando al margen diferencias de orden ideológico, como nos enseña Brasil. Y hablar de “guerra fría” es ya un absurdo colosal.

En esta coyuntura, hay quienes hablan, incluso desde sectores liberales, del fracaso de la segunda oportunidad de García. Hoy, con una aprobación empequeñecida, su principal bastión es el conservadurismo rancio y racista, aquel que ha pedido “napalm para los chunchos”, aquel que aunque adopta posiciones liberales en economía, reniega cuando las minorías ejercen sus derechos civiles y políticos. En el Apra hay decepcionados por doquier, pues el pan no viene con libertad, más bien intenta convidarse, como en la Selva, con prepotencia y represión; la orientación antiimperialista ha desaparecido; los faenones delatan corrupción; y la punta de la estrella que señalaba hacia la unidad política latinoamericana, también ha sido cercenada.

Sería injusto dejar de reconocer la plausible preocupación del mandatario por mantener el crecimiento económico del país, que tanta prosperidad ha traído desde la década pasada. Pero ha faltado voluntad para llevar desarrollo a zonas deprimidas y sin presencia del Estado, ha faltado voluntad para dotar de salud básica y de una educación de calidad a los más pobres, ha faltado voluntad para entender las diferentes concepciones de bienestar que alberga nuestra patria, pues como nos recuerda Gonzalo Gamio: “hay quienes no conciben la relación con su entorno como meramente utilitaria”.

Más muertes como las de Bagua no pueden ser admisibles, y debemos condenar sin ambages todas, llorar por todas, y sostener enfáticamente, con Pepi Patrón, “que ninguna tradición particular justifica el asesinato de seres humanos desarmados”. Conviene propiciar el diálogo mediante el respeto y el abandono de posiciones paternalistas, no hay por qué creernos mejores, a nadie podemos obligar a asimilar nuestros valores, podemos compartirlos sí, pero no imponerlos.

Los luctuosos hechos de Bagua deben ser esclarecidos y es imperiosa la elaboración de una estrategia de desarrollo para las comunidades nativas de la Selva, con participación de autoridades locales, regionales y nacionales, que armonice el aprovechamiento racional de los recursos naturales y el bienestar de estas poblaciones.

Tantos desaciertos, insultos y muertes, han orientado nuestra solidaridad y mirada a la Selva, que aunque inmensa ha sido tantas veces marginada. Ya no nos olvidemos de ella, que no retorne la indiferencia y que la muerte no vuelva a triunfar.

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